Más allá de los ciclos naturales de evolución del planeta, la mayoría de las extinciones se deben al impacto directo o indirecto de las actividades humanas. En un país como el nuestro, con una biodiversidad que concentra alrededor de 28 mil especies de anfibios, plantas vasculares, reptiles y mamíferos, la tarea para recuperar una especie no es sencilla, sin embargo hay algunos ejemplos que nos pueden ayudar a entender las pautas que han resultado exitosas y vislumbrar algunos retos.
Para el doctor Alberto Búrquez, del Instituto de Ecología de la UNAM, Unidad Hermosillo, el primer paso es determinar claramente si la especie realmente está en riesgo. El especialista señala que a veces se puede pensar que un bajo número de ejemplares es la alerta inmediata de que un organismo peligra, pero en estas cuestiones las cifras no siempre son determinantes.
“Hay algunas especies poco comunes que se mantienen con bajos números porque esto forma parte de su biología, pero en la medida que no se cambie la matriz en la que está inserta, se mantendrá presente”, comenta el especialista y agrega que esto es muy común en las especies de orquídeas que suelen vivir en muy bajas densidades. “De hecho las especies raras son las primeras en responder cuando hay una presión externa”, comenta.
Existen una serie de protocolos internacionales que finalmente determinan cuáles son las especies en peligro. A nivel mundial, esto se establece mediante la Lista Roja de Especies Amenazadas de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN). El especialista señala que a partir de ese momento se pueden determinar cuatro planes generales de rescate.
El primero de ellos sería el establecimiento de una estrategia de protección o recuperación. “Los planes deben tener muchos autores, más allá de los funcionarios que los gesten”, señala y subraya que se debe incluir la opinión de un grupo interdisciplinario de investigadores y de los grupos sociales cercanos a la especie en cuestión.
Lobo, ¿estas ahí?
El especialista pone el ejemplo del lobo. “En nuestro continente las poblaciones de lobos sólo sobreviven en Alaska y Canadá. De EU hacía abajo fueron totalmente erradicados”, apunta. Este ha sido probablemente uno de los animales que ha vivido una de las mayores “campañas de desprestigio” en toda la historia de la biodiversidad.
Es así que para reintroducir al lobo mexicano (Canis lupus baileyi), una de las subespecies más pequeñas de lobo gris, ha sido fundamental incluir en las estrategias de recuperación un cambio en la percepción de que los lobos no son tan malos como los han pintado. “Más bien es el pastorcillo el que ha malinterpretado sus intenciones”, dice Búrquez.
El investigador del Instituto de Ecología señala que lo que sucedió con los lobos fue que desaparecieron por completo y se gestaron como una figura casi mitológica, a diferencia de las poblaciones de otros animales como los pumas o los osos. “La gente tiene miedo de ellos porque supone, por ejemplo, que se comerán todo su ganado, lo cual no es cierto y en todo caso existen programas gubernamentales que permiten que la gente reciba compensación.
Por ejemplo, en EU las poblaciones de lobos se comen alrededor de 500 becerros al año, pero los coyotes más de 12 mil y no se piensa que los coyotes son un problema”.
El murciélago es otra especie a la que fue vital eliminar la percepción negativa para su recuperación. Uno de los grandes promotores de las 138 especies existentes en nuestro país es el ecologista Rodrigo Medellín. Hace unos meses se logró sacar de la categoría de mayor riesgo en la NOM-059, la Norma Oficial Mexicana de especies amenazadas de la SEMARNAT, al murciélago magueyero (Leptonycteris yerbabuenae), después de diez años de permanecer en la lista mexicana.
“La ley enlista las especies en peligro, pero no tiene la obligación de llevar al cabo un programa de recuperación para cada una porque se quedarían sin un centavo”, señala Medellín y agrega que las iniciativas tienen que buscar un apoyo oficial pero también gestarse mediante otras instancias.
Ritos y retos
Para Alberto Búrquez, una tercera recomendación es que los planes de rescate de una especie estén asociados de manera explícita al conocimiento de su biología, pues existen una gran cantidad de proyectos, no sólo en nuestro país sino en el mundo, concebidos sólo en base a buenas intenciones . “Uno de los casos que mejor ejemplifican esto es cuando en la India pretendieron controlar las poblaciones crecientes de serpientes introduciendo mangostas que al final se convirtieron en la verdadera plaga”, señala.
“Finalmente, una forma mucho más efectiva de proteger a una especie es establecer un plan que incorpore a muchas”, señala el investigador. Un ejemplo de esto es lo que ha sucedido con el perrito de las praderas (Cynomys ludovicianus), cuya mayor área de supervivencia en nuestro país se encuentra en Janos, Chihuahua, en un proyecto ecológico impulsado por el doctor Gerardo Ceballos. Allí se mantienen sus poblaciones junto a otras especies en peligro de extinción, como hurones de patas negras y bisontes.
Búrquez señala que los esfuerzos en nuestro país han estado orientados principalmente a proteger especies emblemáticas, como la ballena gris, los berrendos (sonorense y peninsular) o el oso negro, que si bien son animales que no se encuentran fuera de peligro demuestran importantes avances.
Rodrigo Medellín concuerda en que el berrendo es un caso de éxito que vale la pena mencionar: “Duplicó su población de hace 10 años. Actualmente hay 2000 animales en todo el país”, señala y apunta que las claves fueron los programas de crianza en semi cautiverio en Baja California, Sonora y Arizona.
“Estos son casos de especies que responden muy bien a la manipulación y una vez que se quita la presión de la cacería y se deja de intervenir su hábitat, la mejor estrategia es dejar que la especie se recupere sola”, señala Búrquez subrayando que sin embargo muchas de estas especies han tenido que enfrentar un problema nuevo, pues sus migraciones a lo largo del continente se han truncado con las fronteras artificiales. “El muro fronterizo impide que los animales crucen de un país a otro como lo hacían tradicionalmente”.
“Las noticias buenas en conservación son muy pocas y raras. Es muy importante la difusión, porque es un medio para que la sociedad se involucre”, señala por otra parte Medellín, para quien otro caso esperanzador es el del cóndor de California, animal que se intentó empezar a reproducir en cautiverio hace 10 años en Baja California. Hoy existen dos cóndores nacidos en el medio silvestre en una población de 39.
En ocasiones el valor económico de una especie también la puede salvar de la extinción, como en el caso del lince o el borrego cimarrón que se han visto beneficiadas por las UMAs, Unidades de Manejo para la Conservación de la Vida Silvestre. Estos espacios autorizados por la SEMARNAT promueven esquemas alternativos de producción compatibles con la conservación de la especie. En estos casos el valor económico de los animales ha sido clave para su recuperación, lo que no ha sucedido con el ajolote, especie endémica en crisis.
“El ajolote era un organismo que crecía en los canales de Xochimilco e inclusive estaba incluido en la gastronomía local, pero nunca tuvo un valor económico importante. Esto, aunado al cambio en los patrones de uso de la región hicieron que colapsara”, señala Búrquez y agrega que, “en Nueva Zelanda tienen un santuario en una de sus islas exclusivamente dedicado a un insecto llamado weta”, como un ejemplo del respeto indiscriminado a una biodiversidad donde no hay especies pequeñas. Probablemente allí esté el principal reto para México.